domingo, 9 de noviembre de 2008

Bob Beamon, el gran salto


Ocho meses y dos días antes de que el hombre diera el gran paso para la historia de la humanidad, otro gran salto se producía. No era ningún avance de la ciencia pero, en México el norteamericano Bob Beamon volaba hasta los 8 metros y 90 cm. Eran las cuatro menos cuarto del dieciocho de octubre de 1968.

Bob Beamon había nacido el 29 de agosto de 1946 en New York. Su carrera deportiva la inicia cerca de su casa en el Jamaica Hight School para después recalar en el Agricultural and Technical College de Carolina del Norte. Más tarde forma parte de los equipos de atletismo de la Universidad de Texas y de la Universidad Adelphi. Y sería en esta última donde comienza a competir en la especialidad de la longitud. Una prueba que, posteriormente, le granjearía una de las proezas más grandes del siglo XX.


Bob Beamon debutaba en unos Juegos en 1968. El escenario era México y los rivales eran, por su parte, muy complicados. Estaban presentes los dos anteriores campeones olímpicos: Lynn Davies y Ralph Boston, ganadores en Tokio y Roma respectivamente. Este último, además, poseía el récord olímpico con sus 8,12 m que le había dado el oro en 1960 y ostentaba la plusmarca mundial con un registro de 8,35 m. A pesar de todo ello, Beamon llegó a su gran cita como el gran favorito al triunfo después de ser el gran dominador del año. Había ganado en 22 de las 23 reuniones atléticas. Así, la competición se presentaba con muchos alicientes para resultar interesante y atractiva. El objetivo: suceder a Davies en el trono olímpico.


La entrada en escena de los saltadores se produjo en la calificación del día 17. Beamon estaba nervioso e incómodo. Se notaba que la importancia de la cita parecía poder con él. De hecho, en sus dos primeros saltos hizo sendos nulos. El gran favorito estaba contra las cuerdas y sólo contaba con un intento más para acometer el salto que le metiera en la final del día siguiente. Ante este panorama, su compatriota Boston se le acercó y le aconsejó que saltara varios centímetros antes de tabla. Así lo hizo. Batió el salto entre 15 y 30 cm antes de la linea, hecho que no le impidió estar en la final. Se había ido en este último intento hasta los 8,19 m. Un salto tan importante para la historia como el del día siguiente, ya que sino hoy no hablaríamos de Beamon.


Beamon había entrado en la final in extremis. Una prueba la del 18 de octubre que contaba con dieciséis saltadores, de los cuales, tras los tres primeros saltos, los ocho mejores entrarían en la mejora pudiendo realizar hasta seis intentos en la final. De esta forma, llegó el gran momento. Corrían las cuatro menos cuarto en una tarde agradable con 23,5ºC y 2 m/s a de viento a favor sobre el estadio olímpico universitario de Ciudad de México, cuando Bob Beamon, calzado con sus Adidas, se disponía para realizar su primer salto de esta ansiada final. Contrariamente a lo sucedido el día anterior ocurrió lo impredecible. Un salto sobrehumano. Ante este hecho, el estadio se zambulló en una perplejidad absoluta. El mecanismo para la medición no estaba preparado para estos sobresaltos por lo que se recurrió a un metro manual. Dos minutos después, la incertidumbre se tornaba en incredulidad. La notificación de los jueces era de 8,90 m, un salto que parecía transgredir los límites del ser humano. Sobrepasaba en 55 cm la plusmarca anterior. Beamon no sólo se sabía ganador de su principal objetivo: el oro olímpico, sino el poseedor de una marca que tardaría tiempo en olvidarse y superarse. Lo había conseguido, además, en la cita marcada: una final olímpica.
Al instante, Beamon se lanzó al suelo desatado por la euforia y comenzó a besar la tierra. Inmediatamente otros atletas se acercaron para felicitarle. El campeón olímpico hasta esa fecha, Davies, dijo que había destruido la prueba y que el concurso había terminado. En un solo salto la final había quedado finiquitada.

El salto de Beamon fue como él señaló inexplicable: "Me han preguntado que si una misteriosa corriente de aire me ayudó en el salto. Miro detrás de mí y nunca veo nada. Sólo puedo repetir que en México, por la altitud, nunca hay viento. Sí digo, en cambio, que al nivel del mar no hubiera llegado tan lejos". Beamon solía saltar de dos formas diferentes, las cuales las puso en práctica en la final: una con los brazos entre sus piernas entreabiertas(imagen derecha) y la otra con los brazos pegados al cuerpo, que es con la que consiguió su proeza (imagen izquierda).

A pesar de lo que dicen algunas fuentes, Beamon realizó otro salto más en el que sólo alcanzo los 8,04 m, pero ya no importaba. La historia olímpica contaba ya con una de sus más importantes gestas.

El norteamericano, ahora sí, ya no volvería a saltar. Había ascendido hasta el olimpo de los dioses y no contaba con ninguna motivación para proseguir con su carrera. Aquel salto le había dado todo en el deporte: "Después de aquella marca tan fabulosa dejé de sentir la motivación para seguir saltando. Mi propósito fue encontrar algo excitante fuera del deporte. Para cualquier número uno es difícil seguir, como le pasó a Mohamed Alí, para mí el mejor deportista de todos los tiempos. No he conocido a ninguna persona en el mundo que no supiera quién es".

Bob Beamon, por tanto, dejaba para los anales un salto sobrehumano. Su vigencia duraría algo más de dos décadas, hasta que en 1991, Mike Powell, actual plusmarquista, alcanzara los 8,95 m. Sin embargo, hasta la fecha sólo Powell ha sido capaz de vatirlo. Ahora, sólo nos queda por ver si alguien sobrepasará de nuevo los 8,90 m. No cabe duda, que, exceptuando los excepcionales Beamon y Powell, es un récord del siglo XXI.


Bibliografía utilizada:


http://i3.photobucket.com/albums/y99/Piropillos/Beamon_deporte92.jpg








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